viernes, 29 de mayo de 2009

¿Dónde escribir nuestra verdad?



Pensaba en dónde podríamos escribir este tratado como forma de cristalizar nuestras propias ideas y como forma de mostrar nuestra propia verdad.
El primer lugar donde me lo imaginé fue en las paredes de una caverna, como hacían los primeros hombres. Inmediatamente me di cuenta de la imposibilidad de hacerlo, porque lo veía como algo más bien eterno y de difícil corrección. Justamente nuestras ideas se petrificarían y cuando vayamos a leerles nuevamente los ecos de nuestras propias voces pasadas nos ensordecerían hasta enloquecernos.
El segundo lugar donde me imagine que podíamos escribir estas líneas era sobre un gran lago donde cuando da el sol se torna absolutamente azulado y por momentos cristalino.
Pero si bien teníamos un espacio gigante y no escucharíamos nuestros propios ecos eternizados, también tendríamos problemas. Ni bien comenzamos a escribir las primeras líneas se nos borraría todo sin dejar rastros y tendríamos que volver a empezar con el riesgo de olvidar nuestro camino y arrancar de cero cada día temiendo ir siempre para un lugar distinto.
Pensé en la más fácil de todas. Escribámoslo en papel me dije a mí mismo ya medio loco. Hay lugar, perdura, hasta incluso podemos dejar espacios en blanco a medida que escribimos como para colocar algo que nos olvidamos o algo que está por venir. Pero no me convencía. Había algo que fallaba, una incertidumbre.
Y cuando ya estaba empezando a desilusionarme al darme cuenta de que no existía ningún lugar para colocar nuestras propias ideas y me estaba por entregar al papel sin más, se me aparecieron las incertidumbres del documento. Parecía tener todo, se mantenía, se podía cambiar, era fácil de manejar, hasta incluso se podían hacer miles de copias, pero no dejaba que nadie participara de él. Sería nuestro papel privado, como un diario y las ideas que no fuesen nuestras quedarían por fuera, en otras miles hojas separadas sin conexión.
Me dejé trasladar por el viento como si fuese un pequeño granito de arena en el mundo y fui a caer a una gran playa que parecía desolada.
En esa playa supe que ahí mismo teníamos que escribir nuestras ideas, ni muy cerca ni muy lejos de las olas, porque si las dejábamos muy cerca corríamos el riesgo de que todo fuera borrado y nada permanecería; y tampoco muy lejos para no estancarnos como un médano desierto de ideas.
Debíamos escribir justo en el medio para que algunas olas borren algo pero no todo, sólo una parte y así poder volver a empezar ya con una historia atrás y con unas ideas que acompañan esa historia.
Había empezado a escribir mis primeras líneas en total silencio sin que ni el viento ni las olas molestaran y a lo lejos escuche como unos ecos, pero no les di importancia, yo simplemente seguía escribiendo lo que para mí era la verdad. Los ecos se hacían más fuertes y ya cuando comenzaron a retumbar en mis oídos levanté mis ojos y dejé de escribir.
Que fantástica sensación, ¿Cómo explicar lo que veía? Quería escribir y anotarlo todo, pero estaba paralizado, y en vez de seguir escribiendo simplemente me senté debajo de mis líneas, levanté la cabeza y afiné el oído.
No era ningún eco lo que escuchaba ensordecido por mis propias ideas. Me detuve y me concentré escuchando miles de voces distintas que venían hacía mi y cada vez más deprisa.
Cuando me di cuenta las voces sonaban al lado mío fuertemente, algunos se sentaron junto a mí comenzaron a escribir sobre la arena completando lo que yo había puesto al principio, otros borraron partes enteras y las rellenaron con sus ideas. Algunos simplemente pasaban, leían y seguían caminando pero dejaban sus huellas ahí marcadas como símbolo de su paso. Inmediatamente nuevas personas rodeaban esas huellas del pasado escribiendo sus ideas sin animarse a borrarlas, sino que simplemente respetando el pasado pisado.
Yo ya estaba totalmente inmovilizado viendo un enorme ejército que pasaba cerca y se detenía, leía, escribía, algunos seguían dejando sus huellas y otros permanecían escribiendo y se fue armando un gran mosaico sobre la arena de ideas y de huellas.
Alguien me miró y me hizo un gesto. No comprendí a que se refería, así que volvió a insistir ahora con más ahínco. No le hice caso y seguí mirando. Se acercó a mí, me agarró del brazo, me llevó hasta el principio de todas las líneas y me dijo que leyera la primera idea que aparecía.
“No te paralices, escribe o deja tu huella”
Inmediatamente me puse a escribir, al lado de lo que me hicieron leer, la primera idea que se me ocurrió:
“Quizás esa, sea la única verdad”