La solidaridad siempre apareció como un mecanismo reconfortante para una burguesía que cada tanto se apiadaba de lo que indirectamente generaba, hambruna, enfermedades, desigualdades y exclusión. Y aún antes de que podamos identificar a la burguesía como clase históricamente reconocible, la solidaridad siempre estuvo de la mano de aquel sector que detentaba el poder y que indefectiblemente dejaba a la mayoría de la población en la miseria absoluta.
Pero ¿porqué la solidaridad es habitual de parte de los dominantes? Porque claramente es una forma de paliar momentáneamente una situación crítica, sin por eso cambiar estructuralmente las causas de ese problema. Hay hambre, juntamos arroz, se acaba el arroz, hay hambre, juntamos arroz, etc. La solidaridad no se plantea en ningún momento la pregunta de ¿porqué hay hambre? No se la pregunta porque desde ese momento no es más solidaridad y se transforma en intento de cambio real.
La solidaridad es un acto autoritario que ejerce un poderoso (políticamente, económicamente, o que simplemente está mejor parado que el otro) de manera vertical y que tiene el objetivo final de demostrar su lugar sin mejorar la situación real del “ayudado”. Ayudo, me siento mejor (no tan culpable) pero también demuestro quien soy yo y sobre todo quien sos vos.
Pero la solidaridad toma muchos mecanismos diferentes y es inevitable que en la era de la imagen, en la era de las multi-pantallas la solidaridad tome nuevos cauces vinculados al arte.
Obviamente la televisión y sus mecanismos de escándalo(1), toma la delantera con sus informes melodramáticos sobre problemas en la sociedad e intenta generar, desde el mismo establishment, una sensación de culpabilidad en el espectador.
Los grandes medios, las grandes cadenas de comunicación exponen con todos los recursos televisivos a su disposición (grandes titulares, música elocuente, preguntas hábiles y montaje artificioso) una situación de absoluta desesperación en una víctima específica, sea por un desastre natural, por la hambruna, o por la violencia. El objetivo final es generar en el espectador medio un sentimiento dramático y de culpa. Quizás también debe estar ligada al miedo, pero eso ya es otro tema.
Recuerdo, en plena crisis del 2001, ese informe en Santiago del Estero sobre los niños llorando de hambre que tuvo gran repercusión en los medios que alcanzó el paroxismo en los programas de “chimentos”. Fue tal el impacto de la nena llorando que Jorge Rial lloró en su programa y se organizó una especie de colecta para paliar la situación de la niña y su familia. Obviamente, como era de esperar una semana después nadie se acordaba de nada, y lo más probable es que esta niña haya muerto.
Toda una generación recordará las filmaciones de los niños hambrientos en Africa, de los incendios en la guerra de Vietnam y de las primeras fotografías de las víctimas en Hiroshima y Nagasaki.
Pero este mostrar sin más, es exactamente el mismo mecanismo de la solidaridad aplicado a la imagen. Muestro una situación dada (hay hambre), genero culpa en el espectador (juntamos arroz), el film termina y nos vamos de la sala.
Ayer vi un par de documentales de Marcelo Bukin solventados por algo así como Global Fundation, no recuerdo bien el nombre, en donde se mostraban a niños de toda Latinoamérica en situaciones críticas de trabajo esclavo, de abandono y con enfermedades. Situaciones realmente espantosas que ocurren en todo el mundo, en todo momento, y seguro que en la esquina de mi casa está pasando algo similar.
La cámara prolijamente instalada, un buen sonido, buenos encuadres, lo que se podría hablar de un documental sobrio que expone un situación dada, o mejor dicho muestra. En realidad no expone, ya que no da ninguna explicación de lo que está sucediendo.
Niños trabajando a destajo haciendo ladrillos, niños comiendo en basurales, niños huérfanos y abandonados por sus padres, pero nunca sabemos porque es que ocurre esta situación. Simplemente se nos muestra.
No hay problematización de la situación, todo parece natural. Me animo a decir que está mostrado como natural. Existen los pobres y aquí se los mostramos. Cómo en un circo enjaulados por la pantalla vemos lo exótico y lo pintoresco de la pobreza, de la humillación y de la exclusión.
Para estos documentales no importa la razón de porqué los padres abandonan a sus hijos en Nicaragua, ni porqué en el Lago Titi-Caca vive una familia de tres chicos huérfanos de la pesca y el mascado de juncos. Es así, y eso es suficiente para mostrarlo y con ello generar un espectáculo.
En algún momento escuché que la única forma de caminar, que la única forma de avanzar es preguntando y no dar nada por sentado. El mismo avanzar, este mismo movimiento es el cambio, y si no se pregunta no se cambia, se mantiene el statu quo cuando nadie pregunta nada y cuando todo es natural.
Documentales-Solidarios es el término que se me ocurrió para nombrar a estas filmaciones que aplican los mismos mecanismos de la solidaridad sin problematizar lo que se está mostrando. Espectáculo y escándalo unidos forman estos documentales que tienden a mantener el estado de cosas actuales.
Un verdadero documental debe generar dos mecanismos de cambio, por un lado en el espectador y por otro lado en aquellas personas filmadas.
Para los espectadores la única forma es preguntarse en el mismo documental sobre las causas de esos problemas o plantear las preguntas necesarias para que cada uno pueda problematizar. Mostrar sin más, es un espectáculo que termina rápido y se olvida aún más rápido.
Lo otro ya es más complejo. ¿Cómo hacer para que un documental pueda servir como punto de partida para modificar la situación de crisis de las personas filmadas en ese documental?. Algo difícil de saber, pero me imagino que la única forma es que ellos mismos sean parte del documental, no sólo como protagonistas, sino como realizadores de la historia de sus vidas.
(1)La prensa amarilla surgió como una forma nueva de hacer periodismo para atraer un público cansado de la “seriedad” histórica de los diarios, destacando aquellas noticias que más morbo podían generar en la población. Los fraudes, las peleas entre famosos, los errores de los políticos y los grandes crímenes tomaron la primera plana y ya no la abandonarían. La televisión y específicamente los noticieros encontraron en el sensacionalismo la oportunidad de generar un impacto inmediato y llamar la atención del espectador utilizando sus propios recursos.
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