Todos los 2 de febrero, desde hace 400 años se festeja en América, o mejor dicho se rinde culto, a Iemanjia, Diosa del Mar, orixá femenina del panteón yoruba originaria de Nigeria y que llegó a América con los esclavos negros trasladados hacia nuestras costas.
Con la prohibición de la esclavitud de los pueblos originarios, gracias a las gestiones de Bartolomé de las Casas que logró que fueron consideradas personas, los gobiernos europeos decidieron traer a América a otro grupo, que todavía no eran considerados hombres, sino salvajes, y que por ese motivo podían ser esclavizados. Los negros no tienen alma gritaban los vendedores de esclavos mientras le daban un latigazo buscando un mejor precio.
Con el correr del tiempo y con la masiva presencia de esclavos en América los cultos africanos comenzaron a expandirse y a fundirse con el resto de las tradiciones y cultos de las demás tribus “negras” y con la religión católica. De está “fusión” es que se van recreando diferentes rituales y tradiciones al punto tal de que la Diosa Iemanjia es identificada en muchas ocasiones con la Virgen María.
Esto no es casual ya que a los negros se les prohibieron los rituales propios y fueron obligados a convertirse al catolicismo y seguir sus prácticas. Las imágenes cristianas de la virgen con su hijo, fueron interpretadas inmediatamente con Iemanjia, que no sólo es la Diosa del mar, sino que también es de la fertilidad.
El negro no tiene alma pero boludo no es, así que mientras los católicos creían que estaban venerando a la virgen maría, en realidad habían encontrado un resquicio desde donde seguir con sus tradiciones africanas.
Estas tradiciones fueron pasando de generación en generación, y seguramente hayan servido como una de las pocas formas que tenían estas personas de continuar con vida. Quizás era la única esperanza y la única manera de recuperar su dignidad.
400 años después la celebración continúa y las tradiciones afroamericanas no se perdieron, a pesar de todos los intentos de la cultura dominante de hacerlos desaparecer. Recuperar en la memoria colectiva aquello que nos pertenece como americanos también es una forma de liberarnos y de sentirnos propios y pertenecientes a un mismo lugar, y Iemanjia es una de esos momentos que no debemos olvidar.
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