lunes, 18 de abril de 2011

Volando el Cordón

Caminas por el cordón de la vereda esperando mantener el equilibrio y no dejarse caer al precipicio adoquinado de la calle. Como un equilibrista, estirás las manos, abrís las palmas y planeas, mientras le encomendás un rezo al todopoderoso pidiéndole volar para siempre. Ya no te interesan ni los transeúntes, ni las entradas de los garages. Ni siquiera los perros, que antes te asustaban tanto, te molestan cuando decidís volar por el cordón. Sólo sentís el viento que entre esquina y esquina te frena, te empuja, te tira para el costado, como un juego que empieza y termina cada cien metros. Entre medio esperás ansioso ese mismo vértigo, pero ahora más preparado. No te vas a caer y vas a hacer todo tus esfuerzos para mantenerte arriba del cordón.
Uno en bici te distrae, otro en moto hace que gires la cabeza, todas nuevas tentaciones pero querés volar, no hay otra cosa. Y por más que abajo pase correntoso un canal de agua de veredas baldeadas, vos seguís volando, planeando entre palos de luces que cuales Himalayas sólo podés pasar por el costado.
Volaste tantas cuadras que ya ni siquiera sabés de donde saliste, ni siquiera el recorrido que trazaste, pero por ahí ya es tiempo de volver.

domingo, 17 de abril de 2011

Un hombre de corbata


“Pienso luego existo”, me dijo un tipo mientras se acomodaba la corbata en el colectivo. Me le quedé mirando, mitad con sorpresa y mitad con estupidez.
Nunca había escuchado algo así. ¿Sería filósofo?. Este tipo, tenía la posta. Estaba ahí parado, acomodándose la corbata y mirando el techo del cole, como si ese simple gesto significara hacer todas las respuestas del crucigrama sin usar la última hoja.
Con ese nudo maltrecho, más parecido a un ovillo, se animó a volver a decímerlo. ¿Sería el nudo lo que lo hacía brillante?. No quería quedarme con esa duda y le pregunté.
:-Disculpe, señor… es el nudo?.
Sorprendido, me mira y dice “sólo sé que no se nada”.
Ahora sí, el mundo entero se me vino abajo y yo ahí agarrado del pasamanos. Otra frase célebre, otro pensamiento infinito de un tipo con corbata en un colectivo. Me llamaba la atención que ante tanta brillantez, nadie del micro se hubiese sacudido. Porque todo bien, que se suba una embaraza y todos se hagan los dormidos lo puedo aceptar, pero ignorar a este sabio, era algo que no se podía tolerar.
La juventud esta perdida me dije en voz baja. No quería que mi frase sonara tonta y avergonzarme ante el hombre de corbata. Pero no lo pude evitar. Con ojos perplejos, como los de los dibujitos chinos, se volvió hacía mí, y ofendido se fue caminando hacia la puerta de atrás del colectivo.
Toca timbre, se abre la puerta y grita “ser o no ser”, mientras se baja del colectivo en movimiento.
Yo me quedé mirando el techo y acomodándome la corbata.

domingo, 10 de abril de 2011

Esas papas sabían algo

Parecía extraño, pero esas papas fritas no me habían caído del todo bien. No se si el aceite viejo o los gusanos, pero me hacían sentir raro, no porque sintiese algo físico, sino que por el contrario, esas papas fritas me estaban previniendo de algo. Una sensación extraña, como de encierro y liberación al mismo tiempo. Eran una señal, pero de qué?.
Uno podrá creer en el tarotismo, en la numerología, en la Cavalá, pero descubrir en las papas fritas rancias una premonición, era algo jamás visto ni escuchado y al mismo tiempo difícil de creer. Pero esas papas, a la larga tendrían razón.
Advertido por las papas de que algo iba a pasarme me tiré en la cama y estuve un largo rato con los ojos abiertos intentando descifrar esa señal. La cabeza giraba en pensamientos abstractos y el sueño fue ganando la batalla. Entre bostezo y bostezo mi sensación se incrementaba. Ya dominaba todo mi cuerpo cuando vi algo sobre el refilón de mi ojo.
Excitado me doy vuelta y lo veo, esquelético y brilloso, con su gran capa negra que recubría todo su cuerpo. Parecía desganado, como si realmente haber cumplido su trabajo durante toda la eternidad lo hubiese cansado. Pero algo me llamaba la atención, no era como en las representaciones habituales que se hacían sobre él. Esta Parca era diferente, y no parecía cosechar sus víctimas, sino que por el contrario tenía en su mano derecha un gran tenedor.
Hola, -me dijo como si conociese todos los idiomas de la humanidad- esas papas tenían razón. Ya es tu hora.
Mientras pronunciaba estas palabras me clavaba el tenedor en el muslo y me llevaba para la boca. Internamente me reía, y pensaba lo boludo que era que intentaba comerme. No sé de que manera pero ya estaba dentro de sus fauces calavéricas, viendo desde el mejor lugar del mundo lo triste de mi habitación.
Como un pato, sin cerrar la mandíbula, me tragó y fui a parar a un gran canal de algodón de azúcar que lentamente me deslizaba hacia abajo. Mientras caía, el canal se hacía más pequeño hasta el punto de pensar que iba a quedar atascado ahí para siempre, pero justo en el momento de mayor estrechez desemboqué en una especie de estómago infernal, recubierto de telas de seda colgantes que parecían iluminadas desde afuera con una luz roja.
Era hermoso y uno sentía la necesidad de abrazar las paredes, estirar los brazos hacía arriba y sentir el calor que emanaban. Quizás los bebes al nacer tuviesen esa misma sensación de quedarse eternamente rodeados de esas paredes.
Tanto magnetismo generaban los muros de seda que no me había percatado que estaba rodeado de otros desgraciados sobando esas paredes rosas. Nos miramos entre todos por un instante, pero todos nos volvimos hacia las paredes. Estábamos hipnotizados, y con el tiempo el tocar se hacía más violento y uno ya quería atravesarlas. Era una droga, no alcanzaban las primeras satisfacciones y con el tiempo te ponías más violento. Había gente que ya estaba raspando con las uñas, otros daban patadas, y llegué a ver uno tomando carrera y rebotar contra la seda sin inmutarse, y volverlo a hacer infinidad de veces. Yo me estaba desesperando ya, pero mi mano encontró un resquicio, y como un agujero en un buzo viejo se empezó a deshilachar y a agrandarse el hueco.
Atravesé la tela con mi mano y era como llevarla a otro universo y sentir mi cuerpo dividido en dos. En el interior una humedad pegadiza pero que relajaba los músculos y la cabeza, en el exterior, mi mano se sentía en un vacío, fresco y seco. Sentía como que mi mano se hacía más chica, pero aún a pesar de mi miedo, no podía evitar que mi cuerpo se deslizara hacia el exterior de esa panza. Primero un brazo, luego el otro y ya podía ingresar mi cabeza. Ni luz ni sombras, era la sensación de la nada misma. Nunca había pensado si la nada generaba estímulos, pero realmente sentía nada, y eso me llamaba, me impulsaba como un imán hacia fuera. Ya no tenía nada que hacer, ni fuerza ni moverme, era simplemente impulsado por algo que yo no manejaba ni entendía, pero que agradaba.
Atravesé completamente la pared y me volví hacia atrás para mirarla, ya no se veía nada. Todo había desaparecido, y las paredes que antes me generaban tanto placer, ahora me daban asco del simple recuerdo y ya no quería volverlas a ver. ¿Volver a dónde?. Ni siquiera sabía donde estaba. ¿Flotaba, estaba parado, acostado o cabeza arriba?. Quizás estaba todo al mismo tiempo.