viernes, 23 de mayo de 2008

Cultura Popular (parte I)


Ayer a la noche, mitad por trabajo y mitad por hobbie estaba leyendo unos textos referidos a la cultura, en sentido antropológico, al multiculturalismo y a la ideología. Luego de una larga perorata muy interesante, pero que no viene al caso, aparece el nombre de un italiano (amigo de la casa) muy conocido por los Argentinos, nuestro escritor preso favorito, Antonio Gramsci.
Resumiendo un poco, y sin tratar del malversar a nuestro gran amigo, la idea que aparecía en el texto era que la cultura popular era el sector principal de lucha entre la cultura hegemónica y la cultura contra-hegemónica, es decir el lugar donde surgen las luchas y las negociaciones entre algo que quiere ser universal y su resistencia.
En este sentido, el proceso de construcción de la hegemonía, la universalización de una cultura, mostraría como los grupos dominantes de una sociedad negocian con líderes oponentes en un terreno que les reasegura su continuidad de liderazgo, por fagocitación o neutralización. Es habitual encontrar la trivialización y el vaciamiento de ciertos reclamos, que atentan, en un primer momento, contra la cultura hegemónica.
Storey, retomando a Gramsci, veía también en la cultura popular ese lugar de indefinición, entre los dos modelos de cultura, el que tiende a universalizarse y el que tiende a resistir. Remite, según Storey, a un área especial de intercambio entre las fuerzas dominantes y subordinadas de la sociedad, donde se condensan las configuraciones de género, etnicas y de clase. Así la cultura popular se estructura como un campo de intercambio y negociación entre las fuerzas de la incorporación de lo nuevo y de la resistencia. Pelean los que pretenden hacer de su cultura la única posible y deseable (poder simbólico para Bourdie) y aquellos que se resisten a esa universalización.
Ahora bien, mirando lo que vendría a ser la cultura popular en la Argentina, no es evidente que la negociación, el intercambio y la lucha han dejado de existir, y que lo que durante un tiempo se denominó “cultura popular” en el sentido Gramsciano (lugar de lucha y resistencia) se transformó en la cultura popular sumisa y pacata.
Un ejemplo más que claro es el Rock.
El Rock como cultura popular de los 60´ y de los 70´, apareció como una verdadera amenaza a la cultura dominante, y como un verdadero reflejo de un movimiento cultural rebelde y desestructurador, que amenazó, desde diferentes sectores a la hegemonía cultural porteña. Quizás, y no estaría nada mal investigar al respecto, el Rock vino a suplantar a otro género musical, que había sido desestructurador con anterioridad y que quizás fue fagocitado por el sistema, el Tango.


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viernes, 2 de mayo de 2008

Sobre el muerto y la Muerte


Perdón por los refritos. Este texto también es viejo, creo que es del año pasado o del anterior. Ya no me acuerdo bien, soy muy malo con los tiempos. Se que lo escribí cuando se murió Pinochet. También interesante, bastante loco. a mucha gente le gusto, muchos no lo entendieron (incluso a los que les gustó) y a la gran mayoría no le importó.


Lo que escribí a continuación es puro delirio, no le hagan demasiado caso.

Sobre el muerto y la muerte (Reflexiones sobre la muerte de Pinochet)

En estos días, luego de interminables supuestos días de agonía, uno de los criminales más impunes del mundo falleció.
Impune en todo sentido, no sólo ante la justicia, sino impune ante la sociedad y ante la memoria. Aún hoy, después de habérsele comprobado miles de crímenes, la mitad de la sociedad chilena lo considera un héroe, un prócer, alguien que tuvo “el coraje de liberarnos”. Poco importa a costa de que Chile fue “liberado” y mucho menos importa de que fue “liberado”.
Pero este no es el problema que desvela mi pensamiento. Quizás un poco más profundo o delirante, todavía no lo sé, lo que me preocupa es la contradicción que emerge de todo esto. Por un lado, están los seguidores del dictador, entristecidos por la muerte de, según ellos, el verdadero héroe chileno, y por el otro lado están los felices rebosantes de alegría, por la muerte del genocida.
Esta situación me parece un tanto contradictoria y espero poder explicarla, aunque se que es difícil, no tanto por el tema en sí, sino más bien por mi propia incapacidad explicativa-literaria.
No creo que sea una idea original de mi parte, pero creo que la principal razón de la existencia del hombre es la muerte. Existimos por el simple hecho de que nos vamos a morir. La interminable finitud humana cobra sentido, no en el nacimiento, ni durante la consolidación de la personalidad, sino en el mismo momento en que se da el final. Nacemos, crecemos, nos relacionamos, luchamos, nos dejamos dominar, sólo para morir.
Inconscientemente o no, en todos nuestros actos estamos previendo la muerte, la estamos esperando, estamos aguardando a que llegue ese momento donde no sólo deja de existir uno, sino que en realidad, la humanidad misma deja de tener sentido para uno mismo. No muero solamente yo, mueren mis familiares, mis amigos, muere el mismo mundo que me rodea... cada muerte es la muerte de un mundo distinto.
Nuestras acciones y nuestros pensamientos están enfrentados con la muerte, sin ella no seria necesario hacer nada. ¿para qué comer?, ¿para que respirar?, ¿para qué hablar? ¿para qué relacionarnos? Nada tiene sentido sin la existencia finita. ¿Qué pasaría se viviésemos eternamente?, ¿Tendría algún sentido vivir? Es claro que no...
Lo maravilloso de la vida, no es su duración, sino su finitud. Las cosas hermosas, los momentos emocionantes, la belleza, los sentimientos, sólo cobran existencia a partir del momento en que “sabemos” que nos vamos a morir. ¿Sería emocionante el ver nacer a un hijo, sabiendo que vamos a ser padres infinitas veces?... y ver un amanecer, es ¿igual de hermoso verlo una sola vez o verlo infinitas veces? La “escasez” derivada de la finitud es lo que hace que existan los momentos maravillosos. Tampoco soy tan ingenuo como para pensar que sólo existen los buenos momentos. También están los malos momentos. Si hay algo que puede maravillarnos, también tiene que haber algo que nos acongoje y nos angustie. Pero estos momentos son instantes a los largo de toda una vida. Nosotros sufrimos un rato y después se pasa.
Ahora bien, si en la vida eterna no existen ni momentos maravillosos ni momentos decepcionantes, eso de por sí es algo horrendo. Se que parece una contradicción (lo es en realidad) pero no es absolutamente espantoso vivir esa vida?. Vida eterna, sin que te pase nada, ni una emoción, nada digno de relatar, de contar, ni si quiera de recordar. Para que recordar algo, si sabés que puede suceder infinitas veces. Que no te ocurra nada en la vida digno de emoción (buena o mala), no es de por sí el sufrimiento mismo?. Se que mi mente deviene en locura, pero no sería un buen castigo la vida eterna. Entiendo que nadie puede vivir eternamente (salvo Walt Disney), pero es un simple juego mental. Si la vida cobra sentido con la muerte, si lo maravilloso de la vida está en su finitud, entonces aquellos que no la consiguen, es decir, aquellos que nunca mueren, no tendrían una vida miserable?
Con estas locuras a mi me resulta muy contradictorio lo que sucede con los Chilenos, los que idolatran a Pinochet están entristecidos y los que lo detestan están felices. No tendría que ser al revés.
Insisto mi mente delira, pero no estaría bueno que Pinochet viviese eternamente. Sin emociones, sin sentimientos y sin que nada le pase a ese forro. Imaginemos su eternidad miserable... toda la inmortalidad penando su desdichada y miserable vida, ese es un buen castigo. Y ese es el castigo que se merece un verdadero asesino.

Futuros Pasados de Moda


Este pequeño texto lo escribí hace un año, pensado como un pequeño chamullo para ganarme una beca, que finalmente gané (aunque parezca increíble). Está un poco aggionardo del original, pero mantiene los mismos pensamientos.
Me llamó la atención lo interesante que está. NO suelo escribir demasiadas cosas interesantes. Quizás el texto este un poco aburguesado, pero valió la pena escribirlo y debe valer la pena leerlo.

Desde siempre se ha pensado, quizás acertadamente, que el futuro depende de las generaciones venideras y que la mejor tarea que se le puede exhortar a los mayores es el allanar el camino para que los jóvenes puedan dar lo mejor de sí y trabajar para el progreso del conjunto. Esta idea sólo tiene sentido cuando el mismo futuro es una luz, cuando es un faro que transforma las tempestades en aguas tranquilas y cuando hace ver en los jóvenes un motivo de esfuerzo y perfeccionamiento. Sólo se progresa si hay futuro, si se cree en él.
En los últimos tiempos, y más que nada en un país con grandes conflictos como la Argentina, los jóvenes se han visto postergados en todos los aspectos. Quizás por desidia de los mayores o por falta de impulsos de la juventud, la relación de participación se ha visto notablemente disminuida, lo que genera en mi una notable preocupación.
No veo en esta merma una culpabilidad de ningún sector. Las razones quizás habría que buscarlas en otros lugares, en principio, un poco más abstractos. Quizás las causas se encuentren en el tiempo, en la velocidad, y no ya en las generaciones pasadas o presentes.
El tiempo apremia, el tiempo nos alcanza y nos supera las más de las veces. No hay lugar para el futuro, todo se maneja en el ahora, en el ya, el instante que ya pasó. Nadie piensa en el mañana, en el progreso, ni en nuestro hijos, sólo se piensa en el segundo, en la necesidad inmediata, finita e infame muchas veces.
El futuro pasa de moda cuando el ahora toma prepotencia, cuando todo se construye en una esfera infinita de tiempo presente que arrastra los sueños a un lugar absolutamente secundario. No hay preocupaciones en el quehacer del mañana, cuando el ahora come los talones, y como si fuésemos Aquiles, nos hiere letalmente.
¿De qué sirve pensar en el mañana, de qué sirve programar, organizar y proyectar si todo cambia a cada momento? Ya no hay tiempo, ni tiempos. Lo que en algún momento
fue adaptación ahora se transforma en persecución. Uno termina siempre detrás de todo, intentado alcanzar algo que se torna más rápido y que se aleja cada vez más.
Al no haber futuros, al no poder ni siquiera pensarlos ni imaginarlos, la vida de los jóvenes pierde gran parte de su sentido original.
Sólo nos desborda el presente.
Ahora bien, las soluciones no aparecen como flautas mágicas, sino que hay que trabajar para encontrarlas. Es ahí donde el debate, el diálogo y la discusión entre jóvenes hace aparecer futuros posibles, imaginables y esperanzadores, que recuperen parte del papel que nos toca. La reflexión en el aire trasforma los oasis en simples espejismos que se desmoronan al primer sorbo. Y otra vez, volver a empezar. Ya no sirve la simple confianza, ni la voluptuosidad de las promesas, ni la fe en el progreso ilimitado
Nosotros jóvenes todavía, también nos espera un gran papel en el pensar el mañana, ya no preparándose para alcanzarlo, sino transformándose en constructores de nuestro propio futuro.