sábado, 25 de abril de 2009

La sal sale salada (Balá herramienta del imperio)


Aló, aló.
Como si fuese un francés o mejor dicho, como yo supongo que un francés diría hola, porque la verdad que jamás en mi vida hablé con un francés y menos escuchar a alguien decir hola en francés.
Pero no importa, lo interesante es que estoy escribiendo de nuevo y hasta por momentos me siento muy brillante. Lamentablemente, en los mismos momentos en los que me siento muy brillante me siento muy mentiroso también, así que realmente no se con cual de los dos sentimientos quedarme.
Por las dudas y como para no meterme en ningún lío de doble personalidad me quedo simplemente en que no siento nada y punto.
Así que con este espíritu, nunca mejor dicho, de nada, un sábado a la noche aún teniendo resaca del día anterior me pongo a escribir sin saber todavía qué. Esperemos que mientras sigo escribiendo se me ocurra algo interesante por que sino me voy a aburrir yo y voy a aburrir al resto.
Como no se me está ocurriendo nada, voy a hacer un ejercicio mental que es decir lo primero que se me salga de la mente. Y para infortunio para ustedes lo primero que apareció es la sal.
No pregunten porqué, a mi la sal mucho no me copa, pero está en mi cabeza ahora mismo.
Pero seamos más precisos. Sales hay muchas, con distinto grado de sodio, de distintas marcas, de distintos tamaños y me imagino que de distintos precios. Pero sólo me lo imagino, porque ¿alguien alguna vez se preguntó cuanto sale la sal?, ¿hubo en la historia de la humanidad alguien que comprara sal porque era más barata que otra?, ¿alguien certeramente puede decirme el precio de un kilo de sal? (Moreno, amo y dueño del INDEC, no es necesario que me lo digas vos, nadie te va a creer)
Esas preguntas son muy fuertes, porque estoy seguro de que nadie sabe cuanto sale la sal.
Sin tener datos al respecto una primera aproximación al precio de la sal, y anticipo que es un chiste malo pero es lo primero que se me ocurrió, me indica que la sal sale salada. Yo todo el tiempo escucho que la sal esta salada, que sale salada y que no sé que más. Y si está salada, porqué la siguen comprando. La gente es tonta, porque aparte de que la sal está salada hace mal.
Hasta me imagino que alguien debe tener un galpón lleno de sal acaparando sal, para que la sal salga cada vez más salada. Y…? Moreno, ¿Qué onda? No te das cuenta que la sal está salada. No vas a hacer nada o nos vas a seguir mintiendo?
Si mal no recuerdo alguien que no me sale el nombre decía ¿Qué gusto tiene la sal? Y todo el mundo respondía: SALADA!!!!
Es obvio que este personaje flequillesco forma parte de un elemento del gobierno para engañar a la plebe cambiando un par de sinónimos por otros para modificar el significado gramatical de la pregunta y, en definitiva, para ocultar la verdadera pregunta que resuelve el misterio.
¿Cuánto sale la sal? , Salada!!!!!!!

Creo que en vez de escribir estas giladas debería ir más a el supermercado.

PD: esto no debe hacerse, porque el ideal del escritor es que se imagine su texto para que sea entendido por su objetivo literario. En mi caso, mi objetivo literario es la mayor cantidad de gente posible, así que yo tendría que construir mi relato pensando en que tienen que entender todos. Como no estoy seguro de que mi desarrollo gramatical sea entendido por todos, explico a manera simple el chiste de la sal sale salada. Algo salado es algo caro. Salado es un adjetivo calificativo no sólo de la propiedad de la sal, sino que también de caro económicamente. Salado = caro = mucho costo = mucha guita = estafa pecuniaria.

lunes, 20 de abril de 2009

Todas las noches


Lo que sigue es un pequeño cuento que se me ocurrió caminando por baires y lo siguiente es una más de mis tantas locuras...

Todas las noches en las horrendas veredas de Buenos Aires, magulladas y en eterna reparación, miles de contradicciones se entremezclan entre los autos de lujo y la basura, entre lo celulares y los gritos, entre el “progreso” y el “abandono”, entre el “bien” y el “mal”.
Cada calle, cada esquina, cada puerta se convierte en un campo de batalla donde las bajas no se cuentan, pero se sienten, donde la dignidad deja de ser un valor personal para convertirse simplemente en un valor material que ilumina y enceguece al mismo tiempo. La misma contradicción una y otra vez que se repite en cada uno de los encuentros.

Un mercedes, vidrios polarizados, y con los neumáticos recién lustrados dobla la esquina, mientras que la columna de espectadores no lo deja de mirar. Saben en su interior que la única forma de apreciar tanta “belleza” es juntándose todos los días en esa esquina y tan sólo mirarlo e imaginarse ellos adentro conduciendo, escuchando algo de música y quizás también pudiendo estacionar en un auto-Mac y comerse una hamburguesa que no sea de la basura..
Pero sólo es un segundo, la ilusión termina pronto y vuelven a ensuciarse las manos buscando los resabios de alguna pizza, alguna botella o algún diario.
Sin que se lo esperen el mercerdes estaciona justo delante de ellos, enrojeciendo sus rostros con las luces de estacionamiento. Por un momento se notaron sus arrugas, sus laceraciones que la vida al intemperie les produjo. Sus canas brillaron más que nunca, aunque apenas llegaban a los cuarenta.
Pero la oscuridad los volvió a la normalidad, y sus rostros nuevamente parecían jóvenes y relucientes, aunque tan sólo fuese en la oscuridad.
La puerta se abrió y una vez más se dan vuelta, intentando descubrir lo que hay dentro estirando el cuello lo más posible. No logran ver nada, ya que el conductor, quizás algo asustado por la presencia de extraños cierra rápidamente la puerta.
Una vez más la ilusión se corta. Ni siquiera pueden saber como es el interior como para imaginárselo mejor.
El conductor rápidamente se dirige hacia la puerta de su casa sin siquiera mirarlos. En ese momento un joven, totalmente ennegrecido por la suciedad y quizás algo ingenuo le dice: “No tené´ una moneda don”
El conductor escuchando lo que le dijeron se da vuelta y los mira como preanunciando un aviso. Los hombres esperan, también algo ingenuos, alguna ayuda. Comienza a mover los labios, pero no dice nada, parecía resignado. Toma aire una vez más y dice: “Pónganse a laburar, vagos de mierda” y cerró abruptamente la puerta.
Los hombres se quedan pensando, pero sólo un instante, y vuelven a ensuciarse las manos.



La dignidad, y no de manera casual, cambia de significado, alejándose de las definiciones de antaño en donde hacía referencia mucho más a lo que uno era, a lo que uno siente, a lo que uno piensa de sí. Uno era digno cuando se veía a sí mismo y cuando pensaba en repetir cada uno de los actos hechos hasta ahora si le dieran la oportunidad de vivir nuevamente.
Ahora, la dignidad ya no la define uno, ya no se define a si misma, sino que la dignidad es un valor que el resto otorga. Sólo se es digno cuando el resto lo piensa así.
Ahora bien, si la dignidad la determina el resto, la única forma de “a-parecer” digno es mostrarse y uno sólo se muestra por lo que tiene. No puede mostrarse bueno, no puede mostrarse como inteligente, porque no existe ninguna forma de conocer esas cualidades en cada uno, uno las puede sospechar, las puede intuir, pero nunca conocer.
El resto mira, observa, analiza y ve lo material, lo superficial en cierto sentido. Lo que está encima, no importa que haya en el interior, como no lo puedo saber, me relajo viendo-juzgando por lo de afuera.
Si veo “mucho y bueno”, debe tener mucho “más y mejor”, así que mi juicio es:“dignidad”. Lamentablemente desde ya hace un tiempo se es por lo que se tiene, y no se tiene por lo que se es. Si la dignidad es lo que se tiene, cuanto más tengo más digno soy, y con esta lógica se entra en un frenesí de pretender tener más para ser más. Esta locura es una herramienta más que le sirve al sistema para que se generen atrocidades tales como que las que “un perro de un rico coma mejor que el hijo de un pobre” (gracias Castells por la frase). Más, más, más y más... garantía de la dignidad, no importa cuanto... siempre más.
Y pensaba nuevamente en estas veredas asoladas por agujeros, cintas, tablones, baldosas sueltas, y carteles de reparación, y en todas las contradicciones que a diario salen a la luz. Me preguntaba quien era más digno y que es lo que realmente determina la dignidad. Utilizando la definición habitual es mucho más digno el gran empresario que estaciona su Mercedes Benz en Barrio Parque, y que cuando ve a un cartonero no atina a darle una moneda sino a increparlo y gritarle: “anda laburar vago de mierda”, que un simple cartonero todo sucio y que apenas sobrevive.
El “hombre de bien” con dinero, casa, pileta y las mujeres que quiera, debe ser un tipo muy digno y un verdadero ejemplo. En cambio ese cartonero, vago, sin guita, con casa de chapas y charcos en las puertas, con su esposa y sus siete hijas, es un verdadero indigno, un mal ejemplo, incluso hasta se puede llegar a pensar en eliminarlo, si total quien se va a acordar de ese harapo viviente
Ahora bien, basta de fascismo, cambiemos de dignidad, vamos a la que me interesa a mi, a la dignidad que uno construye, no la que los demás nos dicen.
Pienso en el “hombre de bien”, quizás logró todo lo que tiene trabajando arduamente, de sol a sol, todo el día sin parar, etc, etc, etc, pero difícilmente uno haya llegado a esa situación sin saltar por sobre los demás. No pretendo ser resentido, porque yo realmente no quiero ser ese “hombre de bien”, pero la riqueza de unos se hace sobre la pobreza de otros. El dinero no es un bien infinito, y lo que tiene uno no lo tiene el otro. ¿Qué dignidad puede tener un gran empresario (empresas-pileta-casa-minas) que logró todo eso a costa de sus empleados? ¿Cómo llegar a tener mucho dinero si no es pagando menos de lo que los empleados se merecen? ¿qué clase de hombre es aquel que al ver a un cartonero le grita vago de mierda? ¿Qué tipo de dignidad es aquella que avala todas estas prácticas? Obviamente, una muy aceptada. Este tipo es una basura, un mal ejemplo, y sin embargo es un “buen ejemplo” (contradicción). A muchos les gustaría ser como el, es decir, tener lo que él tiene. No importa si es bueno, si es inteligente, si simpático, en definitiva no importa si es... solo importa si tiene. Quiero ser como el tipo que vive en la esquina de mi casa que está lleno de plata, no importa nada más.
Ahora vayamos con el “mal ejemplo, ese cartonero vago, que no le gusta trabajar ni estudiar... vaya elemento social.” Sin ser cartonero, es muy difícil poder imaginarse la infinita cantidad de sufrimientos que debe atravesar todos los días, durante toda su vida, pero una idea uno se puede hacer.
Pienso en todo lo que tiene que hacer para poder comer... se levanta muy temprano, sin importar si hace frío, calor, si llueve o nieva, camina un montón de cuadras para tomarse un tren que apenas se mueve y que no se cae porque van tan apretados que se genera un efecto presión que impide el movimiento dentro del vagón. Llega a capital, tiene que empezar a revolver en la basura para encontrar algo, mientras las grandes señoras les gritan cosas y los insultan porque ensucian sus lucientes veredas. Incrustan sus manos en las bolsas con la esperanza que no se lastimen y no se contagien ninguna enfermedad, caminan cuadras y cuadras cargados con papeles, botellas, mugre y que se yo que más. Vuelven después de 14 horas a su casa con la noticia de que fue un excelente día: “hoy junte como nunca había juntado antes... traje 10 pesos negra” y ese es el día, una tras otro, sin feriados, ni vacaciones ni nada, y a este tipo le dicen vago e indigno.
Algo debe estar funcionando mal, o muy bien...

La Fe y al infierno


-Imagen Guaraní del Infierno-

He vuelto. Eso no significa en ningún sentido que haya escrito de nuevo, sino que por el contrario encontré un par de textos escritos hace algún tiempo que parecen bastante piolas...
Quizás muchos me acusen de malgastar el tiempo de mis vacaciones, pero hoy, en realidad recién, mientras leía un libro al sol se me ocurrió pensar en un par de cuestiones, más bien poco interesante para ser Jueves 14hs, pero que alguna vez a alguien también se le debe haber ocurrido en momentos más encantadores. Pensaba en Dios, en la perfección, y en definitiva en el castigo-infierno.
Se que para muchos es muy difícil poder imaginarse la existencia de Dios (me incluyo en ese bando), pero la fantasía, lo mítico y la Fe suelen tener bastantes puntos en común, lo que simplifica el asunto.
Cuando hablo de la existencia de Dios, no hablo de la simpleza del Dios-carne, “humano”, consistente y cosificado, sino que planteo la idea de Dios, el “algo”, superior, ajeno a lo material-terrenal.
Si somos capaces de imaginarnos esto, no nos será tan difícil imaginar que este “Dios” es perfecto, omnipresente, todo lo sabe, todo lo ve, et,etc,etc,etc… un verdadero grosso.
Ahora bien, si podemos imaginar la “existencia” de Dios y podemos imaginar que es perfecto, no nos costará mucho más imaginarnos que ese Dios perfecto es el que el Cristianismo alega como suyo propio, y si podemos imaginarnos todo esto, tampoco será difícil pensar que lo que la “Iglesia” nos dice es lo que dice Dios sobre lo que debe decir la Iglesia.
Con eso me alcanza, basta de imaginar, ahora pensemos.
El eje desde donde se estructuran todas estas para mi imaginaciones (porque no soy creyente), es la Fe que aparece como la conciencia objetiva de algo enteramente subjetivo. Es la forma de “conocer” algo improbable, no por su falta de pruebas, sino por su incapacidad de ser factible de cognoscibilidad. Las propias características que se le dan a la “existencia” de Dios, a-temporal, conocedor de la verdad, omnipresente, hacen que sea imposible conocerlo.
Esta dificultad no es insalvable para el humano, cuya principal característica es intentar explicar aquello que no se puede. Algo hay que buscar, se dijo una vez alguien, porque una religión con un Dios que no se puede conocer, no tendría mucho éxito. “Creemos” una forma de lograr que aquello que es enteramente subjetivo se convierta en objetivo, hagamos presente lo ausente, hagamos lo creado creador.
¿Porqué digo objetiva? Lo que genera la Fe es tener las certezas de que Dios realmente existe, que después de la muerte hay otro etapa, y que es cuestión de seguir los mandatos revelados por Dios para obtener la vida eterna. Realmente el creyente está absolutamente convencido de la existencia de Dios, del mismo modo que está convencido que la revolución de Mayo fue en 1810 o que para calentar un café hay que dejarlo 30 segundo en el microondas. ¿Porqué digo subjetivo? Porque hace referencia a algo enteramente pensado a partir de la individualidad humana, y que seguramente genera tantas imágenes de Dios como personas lo piensan. La imagen de Dios es algo enteramente individual y “creado” a partir de esa individualidad.
Pero ¿porqué “crear” a Dios, por qué creer en él?, ¿Qué nos da?
Nos da aquello que el hombre más necesita y menos tiene, certezas.
¿Qué pasa con nuestra muerte? ¿Qué pasa con la muerte de los demás? ¿Qué será de nosotros? ¿Para qué vivir si todo se termina acá?
Dios logra que todas esas preguntas, sólo se las hagan aquellos que no creen en su existencia. Aquellos que desafortunadamente vivirán con la peor certeza de todas, aquella que dice que vos te vas a morir, y nada va a pasar después. E incluso mucho peor, volvamos a imaginar la existencia de Dios.
No estoy seguro de esto, pero creo que Dios castigará a todos aquellos infieles que no creen en él, es decir que encima de que tenés una vida miserable por no tener más certezas que la que vas a desaparecer, viene éste y te manda al infierno por toda la eternidad por el simple hecho de no creer en él. No está bien eso. Siempre es mucho más difícil ser ateo que creer en Dios. Dios reconforta, alivia, despreocupa, y en última instancia hace que no te muevas, que te quedés con tu certeza, que no preguntes, que no dudes “Dios reconforta, pero paraliza”. Incluso la duda sobre la existencia de Dios, es algo mal visto en la religión. Por el contrario, aquellos que no creen, viven preguntando, buscan, “investigan”, intentan explicar, dudan de todas las supuestas certezas, se mueven.
Y ahora yo me pregunto ¿porqué favorecer con el paraíso a aquellas personas paralizadas por la verdad de Dios, y hasta casi haraganes al no dudar ni siquiera de su existencia? ¿Porqué castigar a los que nos movemos, a los que intentamos dudar de todo lo que nos dicen, a los que en definitiva avanzamos?
Yo si fuese Dios, estaría más que contento con mi creación si mis “creados” dudasen de mi propia existencia, y se preguntaran y buscaran la verdadera verdad.
Pero soy una simple creación.