Una vez más y con un fuerte desagrado vine a trabajar. Pero a esta altura no se que es más desagradable, si trabajar 9 horas en un trabajo monótono que no deja de embrutecerme, o viajar 15 minutos en la línea D de subte en hora pico (es decir de 5 de la mañana que arranca a 12 de la noche que termina).
En esta ocasión no pasó nada extraño, eso no significa ni normal ni bien.
El subte pasó y comenzó una lucha a muerte entre los que bajaban y subían, que culminó con un empate técnico. Todos lograron su objetivo, pero nadie quedó satisfecho.
Yo formaba parte del equipo visitante, los que entrábamos. Así que como buen atacante empuje, empuje, hasta que ingresé casi catapultado por la fuerza de muchos.
Una vez adentro intente en vano hacer gala de un librito nuevo (usado) e intenté leerlo. Imposible... no llegue a 10 renglones y un empujón me lo sacó de las manos como si estuviera prohibido.
Alguien viendo y sufriendo lo mismo que yo, comentó una frase vox populi en los últimos tiempos: “No puede ser, viajamos como ganado”.
Internamente y sin pronunciar palabra me pregunté a mi mismo cual era la diferencia entre el ganado y nosotros mismos: unos viajan apretados, sucios, transpirados, realizan sus necesidades donde muchas veces comen, en cambio los otros rumean y dicen muuuuuu....
Y algo mucho más desalentador, todas esas asquerosidades a mi me cuestan $0.90 en cambio a las vacas les cuestan la vida. Que afortunadas que son. Yo mañana tengo que volver a sufrir...
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