Todos hemos sufrido alguna que otra vez del atropello y de la falta de ubicación social de aquellas personas que con movimientos estridentes, y monocromáticamente barnizados, intentan suplir las falencias de un severo problema de habla. Quien no fue sujeto de la hipnosis aparente de un mimo, que sonriendo maléficamente intenta recaudar alguna moneda.
Sus ataques a lo francés han dejado un fuerte trauma con consecuencias indeseables para el desarrollo social de muchos niños. En mi caso personal, por antonomancia, no sólo desarrollé miedo a los mimos, sino que también a los payasos. ¿Qué culpa tienen estos últimos alegres y vivases coloreados, de la hostilidad de la zebra con zapatos?
Y quién les adjudicó el derecho de auto-proclamasarse como “mimos” cuando es más que evidente que mimos no realizan, sino que atacan con cosas invisibles que seguramente generan daño, tanto físico como psíquico.
No nos dejemos engañar por su invisibilismo sensible y su tristeza sin color. Marchemos hacia el sindicato de Mimos y hagamos que tiramos de la cuerda hasta romper la puerta, y si eso no alcanza nos treparemos a la escalera invisible para llegar a la terraza, y de última haremos que prendemos gomas de nada y tiramos piedras de vacío.
1 comentario:
De lo mejor que te leí.... me encantó.
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