jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Necesita algo o sólo viene a pesarse?


El otro día, caminado por las céntricas calles de Tandil, me crucé con una farmacia muy pituca y decidí pesarme. Realmente jamás me preocupé por mi peso, pero quizás lo ví como una aventura más en estos tiempos aburridos.
¿Cuánto pesa mi ser?, ¿Cuáles son los kilogramos de corporeidad que me identifican como persona, y que al mismo tiempo determinan mi comportamiento?. Porque todo bien, lo que importa es lo de adentro, pero no es lo mismo pesar 120 a pesar 40, no por una cuestión estética o de salud, sino simplemente porque me imagino que el peso en cierto sentido tiene una influencia en nuestra forma de ser, ni buena ni mala, influye. No será una cuestión natural ni rígida, pero alguna gilada el peso tiene que hacer.
Así que mientras pensaba esto ya había caminado 4 cuadras más y tuve que volver caminando de nuevo.
Abro la puerta de la Farmacia y en ese momento me sentí particularmente incómodo. Había entrado erguido, como enseñan a caminar los militares, con el pecho saliente y mirando a todo el mundo desde arriba, pero al primer paso ya me sentía encorvado. .
No había nadie detrás del mostrador, pero al escuchar el ruido de la puerta dos mujeres hermosas, parecían farmacéuticas, aparecen desde atrás como queriendo preguntarme que necesitaba.
La verdad que no necesitaba nada, sólo quería pesarme. Pero ya los había molestado, las había hecho parar y acercarse a mí, y sobre todo estaban re buenas. No da hacer tamaña molestia y no comprar nada, es como ir a comer y no dejar propina. Tenés que consumir. Pesarte es con obligación de compra, por lo menos mis valores molares, digo, Moralez… morales así lo estipulan.
Lentamente y con la cabeza gacha, no quería que se dieran cuenta que sólo iba a pesarme toqué suavemente la balanza como diciendo: “Que lindo diseño. ¿Será industria nacional?...y me fui alejando suavemente mientras me acercaba al pelotón de fusilamiento.
En esos segundos letales tenía que meditar qué iba a comprar para escaparle a esa situación espantosa. ¿Pero qué?.
Una bayaspirina. Nadie va a la farmacia para comprar un bayaspirina, ahora se compran en el kiosco. Entonces pensé en tirarle algún remedio complicado, una especie de tiramisol flex 50 miligramos, o un tripticotul parasitol. Pero no tenía receta, y era casi seguro que esos remedios no existían.
Así que hice un nuevo esfuerzo y cuando ya tenía la respuesta en la punta de los labios y chocándome con el mostrador, escucho un sutil: “Buen día. Necesita algo? O sólo vino a pesarse?”
¿Para qué? No lo podía creer. Toda la artimañaza se me había desvanecido. Se habían dado cuenta. No había vuelta atrás. Venía a pesarme y mi destino estaba condenado. Con un a gota cayendo sobre mi frente dije.
“Si vine a…” La voz me temblaba, no me anima a decir nada y la “p” me resultaba más impronunciable que nunca, la lengua traicionera ya no era la misma de siempre, parecía acalambrada, temblorosa.
En un acto de brillantez repentina y con una sonrisa más de relajación que de felicidad le digo::
“Si, tengo hemorroides necesito una crema”
No!. Mirá que voy a decir eso. No podía creer lo idiota que era. Quería golpear mi cabeza contra las estanterías y enterrarme debajo de los mosaicos, desaparecer y aparecer en otra farmacia diciendo cualquier otra cosa. Me lengua antes enmudecida ahora era un mar de boludismo y vernguenza.
Hasta pensé en ese momento en decir que me iba a pesar y nada más, pero ya era tarde, la farmaceútica entraba con un pote de crema en sus manos, y una sonrisa ancha, como en las propagandas de la década del 50`.
“¿Sabe cómo se utiliza?
Creo que ya a esa altura me estaba saliendo hemorroides del nerviosismo, me temblaban las manos y ni siquiera podía ver a las farmaceúticas. Ya se sabe el que calla otorga, así que mi no respuesta significaba que no sabía y tenía que escuchar toda la explicación, hundiéndome aún más en la pena.
La farmacéutica siguiendo con su pose de publicidad comenzó a explicarme que debía aplicarme en la zona afectada dos veces por día, teniendo la precaución de realizar una dieta estricta y de no realizar grandes esfuerzos, para no seguir complicando la situación.
Desahuciado después de escuchar que una mujer hermosa hablaba de mi zona afectada, que en realidad no era tal, agache aún más la cabeza y mi respiración comenzó a empañar los vidrios del mostrador, metí la mano en el bolsillo, saqué la billetera y se la entregué a la farmacéutica que todavía no había hablado.
No me importaba que me robaran, que me estafaran, quería salir de esa situación lo antes posible, llegar a la calle y tirarle el pote al primer colectivo rojo que me cruce.
Instantáneamente siento que me ponen la billetera en mi mano, que todavía estaba extendida, y me cuelgan de mi dedo índice una bolsita con el pote. Me doy vuelta y comienzo a arrastrarme por la farmacia pensando que nunca más iba a pasar por esa farmacia y que seguramente toda la cuadra iba a estar prohibida de ahí en adelante.
Llego hasta la puerta como un gusano come tierra, levantando la mano abro el picaporte y salgo de la farmacia. Mi autoestima había muerto ahí., y lo peor de todo, no sabía cuánto pesaba.

2 comentarios:

Rober dijo...

Me gusta, aunque no conozco ninguna farmacia en Tandil con dos minas que esten buenas...
El lecho se comía una farmaceutica, o yo ando con alzehimer y necesito una pastillita???

Abrazo, cuando llegués a las 100 entradas, seleccionamos (amos dijo el loco), te escribo el prólogo, y lo editamos como "pocket book" para reflexionar en el verano 2010/2011... Te va???

P[e]DRo dijo...

muy bueno, ya somos dos que queremos saber donde está la farmacia! o la cuadra esa donde el chiro (sí, el de la zona afectada!) no puede pisar nunca más!