sábado, 26 de abril de 2008

Globología de la idiotez


Todos sabemos, sin necesitar de demasiada luz, que el mundo está lleno de locos parcos, de aventureros escuetos, de majaderos sin razones y de fomentadores de ensueños minúsculos, pero no por eso uno deja de sorprenderse cada vez que ocurre un acto de estupidez humana.
Realmente hay mucha gente se siente atraída por alguien que escala el Empire State con dos escarbadientes, con personas que dan la vuelta al mundo subidos a monopatines voladores. Quizás la misma atención que generan estas estupideces, que poco muestran de la virtud del hombre y de sus potencialidades sean las culpables de que tantos idiotas intenten hacer tantas idioteces. Sería como una especie de rating de la idiotez.
Una teoría afirma que la “masividad” de estos hechos son los que producen el efecto contagio y el intento de estupideces aún más estúpidas. No alcanza con llegar al polo del sur desnudo… sino que ahora hay que hacerlo con la remera del Rolfi Montenegro (Es la primera y última vez que voy a explicar un chiste: El Rolfi es un jufadoor de fútbol calificado como “pecho frío”, es decir, jugador que ante la adversidad no logra mantener su máximo potencial futbolístico, es decir… cagón. Utilizar su remera supondría tener más frío del normal… ESTO NO SE DEBE HACER)
Pero yo creo, sin ser demasiado inteligente, que la masividad de las estupideces no se debe al rating, a la fama, a la gloria, al heroísmo ni a nada de eso.
Es un simple sistema de feed-back (retroalimentación). Las estupideces se alimentan así mismas, planteando estupideces aún mayores. Es decir, se hacen estupideces cada vez más estúpidas, porque cada vez hay más estúpidos que quieren hacer más estupideces.
Alguien me preguntara a que viene todo esto. No lo sé… no… si sé… al cura brazilero que quiso llegar a ver a dios colgados de unos cuantos globos.
El sacerdote se llama Adeliz del Carli e intentó volar hacia nadie sabe donde con, nada menos, que 1000 globos inflados con helio. La intención era batir el record mundial de vuelo en globo, superando las 20 horas de vuelo, para así de esta manera conseguir fondos para su diócesis.

Textual: EL GRAN DIARIO ARGENTINO

Protegido con un casco y vestido con un traje térmico, ya que pretendía alcanzar una gran altura, sentado sobre una silla aerodinámica, el cura, de 42 años, fue izado por los globos y despegó del puerto de Paranaguá, en el estado sureño de Paraná. Pretendía cumplir un vuelo de 20 horas, quebrar un récord y así conseguir dinero para su pastoral, pero el mal tiempo le jugó una mala pasada y lo arrastró mar adentro, a la altura de Santa Catarina. Hasta anoche, a lo largo de la costa, en la zona de rescate sólo hallaron globos."Necesito ponerme en contacto con el personal de tierra para que me enseñen a usar el GPS. Es la única forma que tengo de informar mi latitud y altitud y sepan dónde estoy", fueron las últimas palabras del sacerdote, vía teléfono celular, antes de que se perdiera su rastro y la señal telefónica. Ese contacto ocurrió el domingo por la noche. Desde entonces lo están buscando. En las últimas horas, el operativo se intensificó y demanda la labor de 50 personas.Con esta odisea, De Carli pretendía recaudar fondos para construir un Santuario del Camionero, un lugar de acogida para los trabajadores que día a día cruzan por su ciudad. De hecho, hacía años que, a través de su Pastoral de las Carreteras, brindaba ayuda espiritual a choferes y conductores.En su extraña aeronave, el sacerdote llevaba agua mineral, barritas de cereales y pastillas energizantes. No era la primera vez que el padre Adelir cumplía con tan extravagante aventura: el 13 de enero, esta vez con apenas 500 globos, había cubierto en sólo cuatro horas los 110 kilómetros que separan el estado de Paraná de la ciudad de San Antonio, en Misiones.

Esta es la noticia que clarín dio a conocer. Inmediatamente uno siente pena por este aventurero sacerdote, que dio todo para juntar los fondos para la construcción de un santuario al camionero, que la lucho, la peleó e incluso dio su vida.
Y esta congoja, afincada en los intersticios de nuestro corazón, reflejando un claro sentimiento de culposa responsabilidad, no hace más que intensificar nuestro juicio y nuestra perspicacia que se refleja una simple pregunta.

Flaco: ¿No era mejor un bingo o un a chocolateada?

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