"Este cacique y señor anduvo simpre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquellas isla de Cuba, como quién los conocía, y defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel, y se defendía de quién lo quería matar y oprimir hasta la muerte a sí y a toda su gente y generación, lo hobieron vivo de quemar. Atado al palo decíale un Religioso de Sant Francisco, sancto varón que allí estaba,, algunas cosas de Dios y de nuestra Fe, el cual nunca las había jamás oído, lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía, que iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, y, si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique sin más pensar que no quería él ir allá sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios y nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las indias"
Este pequeño realato, lo escribe el Obispo de Chiapas, Bartolomé de las Casas en su libro "Brevísima relación de la destrucción de las Indias" de 1541, y estaba dirigida al Rey Felipe II, advirtiéndole sobre los males que atravesaban las indias. Después de 450 años es claro que no le hicieorn mucho caso.
El cacique se llamaba Hatuey y había escapado de la isla "La Española" (Haití) en el 1511, luego de que los quemaran en la hoguera, masacraran y esclavizaran a su familia y a sus compañeros de aldea. Fue también empalado y quemado vivo, por la simple razón de ser un salvaje, aunque viendo el relato no lo parece tanto.
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