Thomas Bailey Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
FIN
A continuación, y a modo de homenaje está el final que le día a esa maravillosa propuesta literaria, que si mal no recuerdo es de 1904, o algo así. Espero que nuestro amigo Aldrich no se enoje demasiado.
Se exalta. Parece no comprender lo que sucede.
Se levanta de su silla muy lentamente, pensando bien en lo que va a hacer y se dirige a la puerta. Sus manos tiemblan, una gota de sudor frío recorre su frente. Ya no pestañea, no hay tiempo para eso.
Gira el picaporte, y abre de golpe la puerta. No hay nada. Mira para los costados, no ve nada, sólo eternidad.
“¿Estaré loca?,” se pregunta mirando al cielo.
“Que sentido tendría estar loca. Soy la única” y vuelve a sentarse.
Otra vez suena la puerta. Esta vez más fuerte, como perdiendo la paciencia. Se levanta agitada, sale corriendo y, ya sin dudar, abre la puerta. No hay nada.
Mira, observa, inspecciona. Se da por vencida.
Decide sentarse de nuevo. Al girar sobre su propio eje ve unas huellas en el piso.
Comienza a caminar instintivamente, siguiéndolas.
A lo lejos comienza a ver “algo”. Estaba muy lejos para saber que es.
Sigue caminando y poco a poco esa cosa comienza a transformarse hasta convertirse en una especie de habitación con una puerta.
Se acerca a ella. Está justo parada enfrente.
Pestañea. Golpea la puerta. Se despierta agitada oyendo golpear la puerta. Sale corriendo para abrirla. Sólo hay huellas.
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
FIN
A continuación, y a modo de homenaje está el final que le día a esa maravillosa propuesta literaria, que si mal no recuerdo es de 1904, o algo así. Espero que nuestro amigo Aldrich no se enoje demasiado.
Se exalta. Parece no comprender lo que sucede.
Se levanta de su silla muy lentamente, pensando bien en lo que va a hacer y se dirige a la puerta. Sus manos tiemblan, una gota de sudor frío recorre su frente. Ya no pestañea, no hay tiempo para eso.
Gira el picaporte, y abre de golpe la puerta. No hay nada. Mira para los costados, no ve nada, sólo eternidad.
“¿Estaré loca?,” se pregunta mirando al cielo.
“Que sentido tendría estar loca. Soy la única” y vuelve a sentarse.
Otra vez suena la puerta. Esta vez más fuerte, como perdiendo la paciencia. Se levanta agitada, sale corriendo y, ya sin dudar, abre la puerta. No hay nada.
Mira, observa, inspecciona. Se da por vencida.
Decide sentarse de nuevo. Al girar sobre su propio eje ve unas huellas en el piso.
Comienza a caminar instintivamente, siguiéndolas.
A lo lejos comienza a ver “algo”. Estaba muy lejos para saber que es.
Sigue caminando y poco a poco esa cosa comienza a transformarse hasta convertirse en una especie de habitación con una puerta.
Se acerca a ella. Está justo parada enfrente.
Pestañea. Golpea la puerta. Se despierta agitada oyendo golpear la puerta. Sale corriendo para abrirla. Sólo hay huellas.
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